Si hay un “lobo feroz” en este cuento de caperucitas, parece que es la hostelería.
Raro es el día que no leo o escucho una crítica al sector. Bastante injustas, por cierto. Pero dudo que quien critica haya visto una cuenta de resultados hostelera en su vida, y menos durante los últimos años.
El dato es demoledor: mientras la rentabilidad media del sector en España apenas roza el 10 %, los costes han subido entre tres y cuatro veces esa cifra desde 2022. En muchos casos, incluso más.
No hay partida que no haya subido:
– Coste de personal por encima del 20% con subidas variadas del SMI y ahora amenaza de reducción de jornada. Más coste por menos horas.
– Rentas por encima del 30%: renegociaciones que en muchos casos han duplicado los alquileres.
– Materias primas con productos básicos que han subido un 40-50 %. Por ejemplo, huevos 58%; patatas 46% o leche 42%. Sin hablar de un precio de la ternera, disparado.
– Burocracia e impuestos: como siempre, rara vez con la intención de abaratar o simplificar la vida de quien crea empleo. (Esto daría para muchos posts…)
¿Y el consumidor? Ha recibido solo una fracción de este festival de sobrecostes. El resto lo ha pagado el hostelero. A pulmón. Al parecer, a esta cuenta ha invitado la casa.
La semana pasada tuve la suerte de hablar en el evento de AECOC para Hosteleros, junto a Alejandro Hermo. Un foro valiente, donde se dicen verdades como puños. Cada vez hay menos de esos.
Su eslogan, “Horeca: el corazón de la economía”, no es baladí. Es una reivindicación de puro sentido común. Aunque, por lo que se ve, ya no es tan común.
Este post no va de victimismo, sino de reconocimiento. Me siento orgulloso de trabajar para la hostelería, el corazón de España. Y no hay economía sana con el corazón roto.
