“Yo me he hecho a mí mismo”. Perdona, pero no me lo creo.
Creo que poca gente se hace a sí misma. Muy poca. También que nos sobra (falsa) autoestima, o quizá nos falta perspectiva, para reconocerlo.
Dentro de la infinita literatura sobre emprender, me sorprende la cantidad de relatos épicos protagonizados por héroes sin capa, que se presentan como si hubieran crecido en un búnker, ajenos al mundo.
Viniendo de países desarrollados creen haberse esculpido solos a golpe de fuerza de voluntad (y virtuosismo personal). No, no somos diamantes en bruto esperando a ser pulidos por nosotros mismos. No tenemos talentos caídos del cielo. No vivimos en el vacío.
El clásico: “yo nací en una familia sin recursos y ahora tengo dos Ferraris…”. Empezamos mal. No va de eso. El dinero no determina ni limita la contribución de tu entorno.
Subestimamos lo que nos han dado nuestros padres, profesores, amigos, jefes, incluso casualidades. Hasta la forma en que hablamos se la debemos a alguien.
¿Significa que el mérito propio no importa? ¡Claro que sí importa! Es esencial. No es solo lo que nos pasa sino lo que hacemos con lo que nos pasa. ¿Significa que no hay gente hecha a sí misma? Claro que la hay. La identificarás porque no suele hacer ruido ni se dan falso bombo.
Seamos humildes y admitamos que hemos nacido en un lugar privilegiado. Vivimos en una sociedad que prima el postureo, en la que no asumimos errores ni damos las gracias.
Y si estás leyendo esto, algo sí es seguro: eres un privilegiado, tienes suerte. Eso no te quita mérito. Te hace real.